martes, 5 de octubre de 2010

Una falla de memoria

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Y el petirrojo revoloteando y parándose sobre la misma rama se dice extrañado: Yo ya había estado aquí, y vi a esos humanos perseguir esa llanta y esa banca, el agua del rio y su basura. ¿Por qué estoy donde ya había revisado que no hay algo para comer? Tengo que conseguir algo sino, ¿Qué les llevaré a mis pequeños que me esperan? Y estirando una de sus alas se talla el ojo: solo me arde un poco, quizá por el humo que sacan esos humanos de sus bocas– se dijo.

A lo lejos podía distinguir que sus tres retoños asomaban sus diminutos picos para hablarle, y los escuchaba vagamente. ¡No puedo fallarles! Se repetía constantemente mientras seguía tratando de quitarse el malestar de sus ojos. Volteando solo un poco hacia abajo, alcanzó a percibir una lombriz, ahí bajo unas ramas caídas y secas, haciéndose paso entre las hojas también secas.

El petirrojo incorporándose, aún con su vista nublada se disponía al ataque, necesitaba comida para sus crías y no les podía fallar, no se lo había permitido desde aquél incidente con unas piedras, un niño y el padre de sus hijos. Pensó en verlo mejor desde otro ángulo, para tener otra perspectiva y voló hacia la banca, cerca de la lombriz, solo a un par de metros. Entonces, ¡dejó de verla! El petirrojo desconcertado miró por todos lados, ¡en todas direcciones! No lograba enfocar otra vez a esa suculenta lombriz, tan nutritiva, con ese color rosado cubierta de tierra mojada. ¡No les fallaré esta vez! Se decía en sus adentros, se esforzaba en encontrar su comida y con la desesperación en su mirada, pensó que había sido una mala decisión haberse movido a aquél punto más cercano y revoloteó de regreso.

En aquél momento, arribando sobre la misma rama se dijo: Yo ya había estado aquí.


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