sábado, 17 de julio de 2010

7 minutos o menos

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¿Podrías imaginarte al compañero que está contigo sin emitir ninguna acción hiriente o que pudiera ir en contra de lo que tú quisieras comunicarle? Y que sin embargo ¿esté contigo para todo aquello a lo que pudiera servir? A cambio de eso, sólo te pide 3 cosas fundamentales durante toda su vida: agua, comida y compañía.
Lo que sucede con este tipo de compañeros, es que con el paso del tiempo, esas únicas tres cosas se vuelven rotatorias, inconstantes y extenuantes. Uno se siente mal al pensarlo de tal modo, pero es verdad. El gusto por brindarle la atención adecuada se desvanece, y se trasforma en lo más horrible que alguien le pudiese ofrecer a un perro, la obligación de cuidarlo. Y deja entonces en ese preciso momento, de ser compañero, y se convierte en una carga, se reniega la posibilidad de una mortalidad, que invariablemente está, pero que causa miedo incluso pensarlo cuando se encuentra bien.

Cada quién carga con su dolor, aunque algunos se ofrezcan a cargar más de lo que deben soportar, como si no tuvieran suficiente con lo propio; es entonces cuando un compañero de este calibre no titubea a ofrecer una sonrisa, una sonrisa que indudablemente no se manifiesta de tal forma, sino con un movimiento de cola, una alegría que difícil sería poder medir.
Atender a un perro durante 12 años, no hace menos ni más a nadie, no se debería alardear de ello. La vida de este can, se consumó después del tiempo pronosticado de vida para uno de su raza, exactamente 2 años más.

No recuerdo mucho de cuando era pequeño, ni siquiera de las noches que pasó llorando cuando nadie lo atendía, cuando lo único que él quería era jugar y no sentirse solo. Recuerdo con perfecta claridad su rostro, manso y alegre cuando subía a darle de comer, a sentarme un rato con él; y acariciarlo, y perseguirlo, y platicarle, para yo no sentirme tan solo. Me llena de profunda melancolía recordarlo fervientemente, subir y ver su casa, que le sirvió de hogar y lecho de muerte. Recordar que ya no está, que se fue porque su vida aquí no daba para más, no le importaba a nadie más. Por eso no lo olvido, porque nadie habla más de él, nadie se queja más ni se molesta con él.

Recuerdo muy bien una noche, en que fue un pésimo momento, cargado de un par de ojeras y un dolor de cabeza sin medicar, vino barato y sin mujer, ¿Qué caso tendría tener uno sin el otro? Me hacía pensar mi alcohólica mentalidad. Refugiado ya en el colchón de mi cama, sin quitar la colcha para no llegar a las sábanas, que es aún más práctico de hacer. Acurrucado de lado con la cobija sobrepuesta en mi cuerpo y el ventilador de piso girando, no pude evitar pensar que no existía mejor confort para una situación así.
Entonces sucedió, un llamado de alerta y dolor llegó hasta mis oídos, un aullido usurpador del buen dormir, ya mi madre se había quejado de manera indirecta a hacer algo para solucionar esta condición enfermiza, sugiriendo el mutismo inducido, la muerte. Solo que en distintas excusas ¡claro! para evitar que sus palabras fueran perfidias y sonaran crueles, anteponiendo el urgente establecimiento del sueño de mis sobrinas o los posibles reclamos por parte de los vecinos, etc. Recordando esta situación, decidí levantarme, tirando la cobija y apagando el ventilador mientras pensaba en lo frustrante que era tener a alguien sufriendo a las 3 de la mañana. Me sentí culpable después de unos minutos. Tomé la recargable linterna de mano y subí, ya mi perro tenía una semana de haber tenido una infección en la piel (la cuál yo había atendido con una rasuradota eléctrica, unas tijeras y un bote, para los puños de gusanos que mataba con tanto desprecio y que intentaban iniciar una metrópoli por debajo de la piel de mi perro), por lo que se encontraba medicado, con problemas en la cadera y una llaga en creciente desarrollo en su muslo izquierdo.
Durante esas últimas semanas de vida de él, yo pensaba a menudo en la necesidad que se torna de cuidar de alguien, de soslayar los propios problemas y enfocarse a cosas así, como evitando hacer contacto con lo que en realidad nos pone mal. No me causaba ninguna aflicción limpiarle las heridas, ninguna tristeza ayudarlo a levantarse. Ya tenía varios días haciéndolo, pero no me puedo imaginar hacerlo más de 2 meses seguidos.

Mi perro moría, estoy seguro que él podía sentirlo, que no soportaba el dolor de levantarse para ir a orinar o defecar, y por eso lo hacía estando acostado, ¿Qué más podía hacer, si yo no estaba con él todo el día y nadie más subía a levantarlo? Me equivoco, mi padre subió un par de veces.
En repetidas ocasiones pensaba en la posibilidad de dormirlo, de dejarlo ir, pero me rehusaba, creía que todavía existían posibilidades de que cicatrizara.
Su médico veterinario y buen amigo mío, procuró tenerlo sin dolor, reparándole todo aquello que se pudiese reparar, tras el montón de fallas que tenía ya en su sistema. Él respetó mis intentos necios de arreglarlo, de tenerlo unos momentos más conmigo.

Mi necedad murió, y le pedí que lo durmiera, era lo más sano, la muerte asistida.

Y la luz de sus ojos, permanecía conmigo, porque soportó ¡3 inyecciones directas al corazón! Sus venas de viejo eran muy difíciles de inyectar debido a lo delgadas que eran. Tras el primer impacto de una jeringa con muerte en sus adentros, sus ojos se adormilaron, su pulso disminuyó, lo confirmé con el estetoscopio que me prestó mi amigo para auscultarlo. El médico sugirió una segunda inyección para evitar el dolor y así ejecutó su siniestro plan, su respiración con letargos, sus ojos más apagados, su pulso menor, pero no moría ¡Peluso seguía con vida! Yo lo único que hacía era acariciarle sus orejas, sus ojos, su rostro, su vida. El médico decide darle el toque final, la última carga de indolora tranquilidad. Peluso mirándome como diciendo: “¡no lo hagas, no me mates, todavía hay cosas que quiero hacer!”. Pero sucedió como tanto se había esperado y prolongado. Su muerte. Falleció desprevenido, de sorpresa, con la actitud de quien muere con los ojos abiertos y tienen que cerrárselos. Se sintió como si horas pasaron, cuando aproximandamente fueron 7 minutos en acabar con su vida, no sé, no los conté con precisión.

Lo acompañé, lo entregué y lo asistí, lo maté. Y murió con aparente deseo y fuerza de no hacerlo. Pero si murió. Estoy seguro. Lo confirmé.
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